Como directora espiritual, el Señor me ha llamado a caminar junto a cada persona que Él me confía, acompañando tanto en la alegría como en el dolor. Es una misión de escucha, respeto y discernimiento, en la que me permite ser instrumento del Espíritu Santo, para que sea Él quien guíe cada encuentro con sabiduría y amor.
Acompañar es descalzarse ante la historia del otro, reconociéndola como tierra sagrada. Es estar presente con humildad, ser manos de Dios que sostienen, bendicen y consuelan en silencio. No se trata de dar respuestas, sino de ayudar al otro a descubrir cómo Dios actúa en lo profundo de su vida.
En cada acompañamiento, mi deseo es ser reflejo de la ternura y cercanía de Dios, recordando que nadie camina solo: el Señor siempre va al lado.